Dolor y amor de madre

Hoy deseo
compartir sentimientos, preguntas y respuestas que llegaban a mi corazón para
dar algo de luz a mi dolor.

A medida
que pasaban los días se hacían cada vez más escasos los abrazos y las palabras
de consuelo; algunas salidas del alma y otras sin sentido para mí, pero dichas
con amor: “Ahora tu hijo es un angelito”, “Dios lo ha llevado para embellecer
su jardín, porque era su hijo muy amado”. Lo cierto era que la soledad y la
aterradora realidad se hacían cada vez más presentes.


Añoraba su
música, sus pasos acelerados, su risa franca y su olor, que llenaba mi vida,
Sentía la necesidad de buscarlo y me parecía verlo en las calles, en su
habitación, en los buses y en todos los lugares donde solía estar.

¡Por Dios,
qué vacío significaba su ausencia!





Mi
pensamiento voló a los momentos felices cuando lo tenía en mi vientre y me daba
“pataditas”. De inmediato pensé:

“¿Y si
logro sentir su presencia ahora en mi corazón para que permanezca de aquí en
adelante sin que me lo puedan arrebatar?”

“¿Y si
decido que él sea el fuego que mueva el motor de mi nueva vida?”.

Allí
comenzó mi lucha por cambiar la necesidad de verlo físicamente para sentirlo
espiritualmente. “Al fin y al cabo, su alma no ha muerto y debo ser cada vez
mejor para alimentarla y sembrar flores de eternidad en su jardín con cada acto
de amor que realice”, me decía.

“Está bien.
Esto debo hacerlo”, pero había aún tantos interrogantes que brotaban de la
tristeza…, ¿Dónde encontraría respuestas a esas preguntas que con rabia y
frustración me atormentaban?
No había
respuestas. Parecía que, hasta Dios, mi padre amoroso, también guardaba
silencio…

Pero, qué lejos
estaba de sospechar lo que estaba a punto de vivir. Un viernes llegando de mi
trabajo, le preguntaba a mi hijo entre lágrimas y con mi dolor a flor de piel:
¿Qué te hiciste?, ¿Qué se hizo todo ese amor que nos unía?, ¿Por qué no
respondes?, ¿Te disolviste en la nada?… Silencio total.


A los dos
días, mientras preparaba el desayuno, quise escuchar música al azar para llenar
los espacios de mi soledad. De pronto, de manera totalmente aleatoria, sonó la
canción que solíamos cantar a dúo. Una estrofa repetía: “Te amo, eternamente te
amo…”. Se iluminó mi corazón, ¡Me había dado la respuesta!

Desde
entonces sé que está presente en cada momento de mi vida y me acompañará
siempre, hasta aquel día en que me tome de la mano y me ayuda a traspasar el
umbral para fundirme con él en un eterno abrazo.

¡Mi hijo
está hoy más VIVO que nunca y seguimos siendo “compañeros de lucha” …!

Beatriz López

1 comentario en “Dolor y amor de madre”

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