Reflexiones de una madre 5: ¿DÓNDE ESTABAS, DIOS?

¿Dónde estabas Dios?

¡Yo confiaba en ti y entregué a mi hijo a tu
cuidado ese día…!

¿Por qué tu silencio?,

 ¡Hemos
sido personas buenas y no merecemos este dolor…!

Estos eran mis reclamos. Siempre despedía a mis
hijos con una bendición y la seguridad de que estaban siendo protegidos por
Dios.


Pertenezco a una familia católica y mi
educación tuvo lugar en colegios y universidades católicas, por lo tanto,
confiaba ciegamente en un Dios de amor, justo y dador de cosas buenas si
nuestro comportamiento estaba de acuerdo al mandato de la iglesia. Sin embargo,
ese día, ese Dios en quien creía, me falló y permitió que mi hijo fuera
abaleado sin piedad. Toda mi concepción de Dios, se derrumbó, me sentí
abandonada y engañada durante muchos años por ese Dios “dador, “que era
fundamento de mi fe. Pese a todo, debía seguir aferrada a él y en especial a su
Madre Santísima pues sabía que ella había sentido el mismo dolor, ante la muerte
de su hijo.

Desde ese instante el concepto de Dios cambió
para mí, radicalmente. No era posible que un padre amoroso permitiera un dolor
tan grande para uno de sus hijos. ¿Qué papel representaba Dios en mi vida?

Me invadían sentimientos contradictorios: por
un lado, sentía que había equivocado el camino de mi fe. Pero, de otra parte,
cada vez que en medio de mi dolor le pedía fortaleza y paz, de inmediato me
sentía inundada por Él de un modo tan pleno, que llegué a decir: ¿Por qué, si
estoy enterrando a mi hijo me invade esta paz y sé que no estoy loca? Esto
debía ser obra de un Ser Superior, pues cada vez que me sentía morir, se
manifestaba la cálida presencia de un amigo, seguramente enviado por Él, para
acompañarme, abrazarme o regalarme unas palabras plenas de amor.

Una vez más, la muerte de mi hijo era un
llamado a la vida. Entendí que Dios sólo regala amor, no da cosas ni decide
quienes viven y quiénes mueren. Supe que vivir o morir son las mayores
expresiones de nuestra libertad. Seguramente, él sufre con nosotros ante
nuestro dolor y se alegra infinitamente ante nuestros esfuerzos orientados a
tomar decisiones correctas que contribuyan a mejorar nuestras vidas o a ser
mejores seres humanos.

Ahora estaba claro: Dios respeta nuestras
decisiones y está presto para fortalecer nuestro espíritu cuando debemos
afrontar las consecuencias. Por otra parte, debo reconocer que mi devoción a la
Virgen María permaneció intacta y fue una inseparable aliada para ayudarme a
superar cada momento de tristeza y oscuridad.

Sigo amando a Dios, creo que mi pelea fue
transitoria, pero esta hizo que mi relación con Él cambiara. Sigo poniendo en
sus manos a mi hijo Julián. le pido que lo acompañe, que lo fortalezca, pero no
que intervenga “milagrosamente” evitándole los obstáculos y eliminándole las
dificultades propias del diario vivir. Espero que le de sabiduría y madurez
para afrontarlas y un corazón lleno de bondad para llenar de amor cada uno de
los actos de su vida.

Sigo andando el camino de la vida con Dios a mi
lado y confío plenamente que cuando llegue el día que me corresponda llegar a
Él, pueda fundirme en un eterno abrazo con mi muchacho. Esa será mi mayor
recompensa unida a la seguridad de haber manejado con dignidad y voluntad el
dolor que he sentido ante la muerte de mi hijo.

Beatriz López

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