EL NACIMIENTO DE LAS 15 TAREAS DEL DUELO

 

Recuerdo como si fuera hoy, aquel amanecer de 14
de noviembre de 1991, mientras recostaba mi frente sobre una de las columnas de
la sala de espera de la sección de urgencias del Hospital San Ignacio de Bogotá.
Unas horas antes habíamos sido despertados por una aterradora llamada
telefónica:

 

         
“Le habla el director del Hospital de la Granja,
la policía acaba de traernos a su hijo, Hugo Alejandro, gravemente baleado por
unos asaltantes. Aquí no tenemos
 los recursos necesarios para darle atención.
Indíqueme dónde podemos enviarlo”

 

         
“Gracias por su llamada – le dije- por favor
remítalo al Hospital de San Ignacio, nosotros ya salimos para allá”

 

Cuando llegamos mi esposa y yo, al hospital, nuestro hijo ya había sido
reconocido por la neuróloga que lo recibió en la sección de urgencias. Sus
palabras nos laceraron el alma:

 

         
“No presenta ningún reflejo, tiene varias heridas
graves y está en coma. Por ahora nada más podemos hacer, sólo nos resta
esperar…”

 

Bajamos la escalera. Mis suegros ya estaban allí,
acompañándonos. Mi esposa se refugió en sus brazos y yo recosté mi frente
contra una de las columnas de la sala de espera. Al comienzo, ningún
pensamiento habitó mi mente. Todo mi ser estaba invadido de dolor, un dolor
hondo y oscuro…, luego, talvez desde las profundidades de mi espíritu recibí
una invitación que sonó como un reto:

 

“Es el
momento de decidir, hazlo ahora, pues lo que decidas cambiará tu vida y la de
tu familia, para siempre”

 

Algo me decía que había una decisión pendiente,
pero no sabía de qué decisión se trataba. De pronto, hubo una pequeña luz en mi
entendimiento; si retiraba mi frente, tenía dos opciones:  salir hacia la izquierda de la columna, lo
cual significaría que había decidido aceptar mi condición de doliente de manera
indefinida, de tal manera que nada de lo que la vida me ofreciera en adelante
tendría sentido para mí, o salir hacia la derecha, lo que supondría que
aceptaría desde ese instante emprender una lucha, un combate en unión de mi
esposa Beatriz y mi hijo Julián Andrés para batirnos en duelo con este inmenso
dolor que ahora invadía toda nuestra realidad.

 

Tal vez en ese momento alcancé a vislumbrar,
aunque de manera confusa, la diferencia entre ser un doliente o convertirme en
duelista. Pasaría mucho tiempo antes de que esta diferencia se aclarará
suficientemente y me indicara los caminos que debía transitar con el propósito
de afrontar nuestro duelo e intentar comprender hasta donde fuera posible, el
significado de esa trágica realidad que había llegado a nuestras vidas sin ser
invitada.

 

En los días subsiguientes, me perseguía la
necesidad de dar cumplimiento a mi decisión. Nuestro hijo vivió 13 días en
estado de coma y finalmente, el 27 de noviembre den1991 a la tres de la tarde,
murió…, durante esos 13 días mi cuerpo, mi mente y mi espíritu deambularon sin
rumbo, siguiendo obedientemente las indicaciones de los familiares y de los
maravillosos amigos que nos acompañaban amorosa y efectivamente.

 

Esta compañía se prolongó, algunas semanas después
de su muerte, pero luego, aunque siguieron pendientes de nosotros hasta el día
de hoy, cada uno debió volver a enfrentar poco a poco sus rutinas de trabajo y
mi esposa, mi hijo y yo nos encontramos solos, acompañados por un dolor que nos
seguía a todas partes como perro fiel. Recuerdo que, en medio de mi dolor,
“rumiaba” con esperanza desesperada el soneto de Miguel Hernández:

Umbrío por la pena, casi bruno,
porque la pena tizna cuando estalla,
donde yo no me hallo no se halla
hombre más apenado que ninguno.

Sobre la pena duermo solo y uno,
pena es mi paz y pena mi batalla,
perro que ni me deja ni se calla,
siempre a su dueño fiel, pero importuno.

Cardos y penas llevo por corona,
cardos y penas siembran sus leopardos
y no me dejan bueno hueso alguno.

No podrá con la pena mi persona
rodeada de penas y cardos:
¡cuánto penar para morirse uno!

 

La pregunta fundamental que nos invadía era: ¿Qué
debemos hacer?, o mejor: ¿Hay algo que podamos hacer frente a este terrible
absurdo que la vida nos plantea?

 

Buscamos en nuestras creencias, en nuestros
valores, en nuestro entorno, en nuestro interior, una respuesta a esta
pregunta. Indagábamos a nuestro Dios, a nuestros guías espirituales, a nuestros
amigos, leíamos, orábamos, intentábamos comprender por qué todo nuestro entorno
se había vestido de oscuridad. Buscábamos una luz que pudiera iluminarnos un
camino.

 

Junto a nuestro hijo, había muerto también uno de
sus amigos y compañero de universidad. Su hermana era también la novia de
nuestro Hugo Alejandro. Ella vivía entonces el duelo por la muerte de su
hermano y además el de la muerte de su novio. Su familia también estaba
devastada: con ellos hicimos muestro primer “lazo”. Hicimos con su familia
nuestro primer Grupo de Apoyo. La pregunta seguía vigente: ¿Qué debemos hacer?

 

Luego buscamos otros padres que también había
perdido a alguno de sus hijos y quienes también se hacía la misma pregunta:
¿Qué debemos hacer?

 

Nuestro Lazo se hacía más fuerte. De allí que
nuestro primer Grupo de Apoyo se llamaría: “LAZOS”. Poco a poco en medio de
inolvidables sesiones de escucha y acompañamiento, fueron apareciendo las
respuestas: Expresar libremente nuestras emociones y sentimientos, Amar y
dejarnos amar, Buscar ayuda y permitirla, Cuidarnos y aprender a conversar
proactivamente con nosotros mismos y con los demás. “Las 15 Tareas del Duelo”
habían nacido…

 

Hugo Castelblanco S.

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