¿POR QUÉ A MI?

¿POR QUÉ A MI?

Por: Beatriz López

Chatalopez2@hotmail.com

 

La vida se viste de muchos colores: blancos,
grises, negros, brillantes, oscuros. Este momento de mi vida está oscuro,
umbrío, negro. No encuentro respuestas a la infinidad de preguntas que se agolpan
en mi mente. Ante tan absurdo episodio me pregunto: ¿Cómo fue posible que un
ser en plenitud, feliz como solía decir “¿Soy Hugo el hombre feliz”, alegre,
con un inmenso sentido del amor y del servicio, el motor de nuestras vidas y el
“maestro y cómplice” de su hermano; unas personas desconocidas y sin valores,
¿hayan decidido acabar con sus ilusiones y los proyectos de cuatro seres de
esta familia?

¿Por qué a mi me pasa esto?, Yo siempre había
pensado que, si “me portaba bien” y obraba de acuerdo a mis valores y
principios, todo sería perfecto, pero no fue así. Comienzo a buscar dentro de
mí, qué fue lo que hice mal para merecer este terrible castigo…, hubiera
preferido mi muerte a vivir este dolor profundo. Hasta el momento, mi vida
había transcurrido en un mundo encerrado entre 4 paredes y al final encuentro
que solo estaba viviendo una mentira. La vida es muy diferente y el dolor me
reveló una nueva verdad.

Buscando esperanzada en la lectura, en mi oración,
en el reclamo a Dios, en el dolor del otro y en la naturaleza, intento
comprender: ¿Por qué no a mi?, si todos somos iguales, si en la vida “pasan
cosas”, si de Dios no depende el que yo decida vivir o morir. Simplemente,
estoy viva y en cualquier momento muero…, no importa mi edad. Cuando estamos
plenos de vida y amor y cuando hemos aportado todo lo que pensábamos que
debíamos dar a nuestro entorno; estamos listos para continuar en otro plano y
acceder al llamado de “regresar a la plenitud”.

Fueron suficientes 19 años para que mi Tato
inundara nuestros corazones y se convirtiera en nuestra luz y guía. Pero qué
difícil es entender esto…, ubicarnos en el “Aquí y el Ahora”. ¿Cómo es posible
que se tenga que experimentar un dolor tan grande para entender el concepto de
Vida?

Nunca me había enfrentado con la realidad de la
muerte. Sólo había vivido la de mis abuelos, que ya ancianos encontrarían en ella
la forma más evidente de dignificar su sentido de vida. Nunca pensé que un día
me tocara vivir un dolor tan devastador. Como me sentía una “consentida de
Dios”, siempre había llevado una vida hermosa, tranquila, llena de bendiciones.
En mi “momento oscuro” aprendí del dolor, que nacemos para amar, luchar, servir
y morir. No importa el tiempo que invirtamos para hacerlo. Unos lo hacen
rápidamente, otros lo hacemos más lentamente, pero al final, un camino de luz y
felicidad nos invade a todos.

Ahora sí siento que mi muchacho puede decir: “Soy
Hugo el hombre feliz” …, ¡Y eso me basta…!

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