¿Tengo derecho a momentos de felicidad durante mi duelo?. Por Psicól. Milena Casas

Por: Psicól. Milena Casas
psicomile@hotmail.com

La tristeza, así como la felicidad, son estados de ánimo que todos los seres humanos somos capaces de sentir y hemos experimentado alguna vez en la vida. A veces estas emociones son generadas por situaciones o eventos externos que impactan nuestras vidas; y otras veces, somos nosotros mismos los que provocamos esos estados ya sea porque tenemos pensamientos, creamos momentos o nos rodeamos de personas para sentirnos positivos, plenos, alegres o por el contrario, pesimistas, tristes, vacíos o negativos.

Sin duda alguna la tristeza y la alegría son emociones que se diferencian en muchas cosas, incluso acostumbramos a pensarlas como opuestas. Sin embargo, también resultan ser “hermanas” en el sentido que movilizan nuestra cotidianidad y pueden experimentarse de manera intensa; es decir, que determinan de forma clara, la manera como reaccionamos ante el mundo. Es por esto por lo que no es recomendable tomar decisiones trascendentales en ninguno de estos dos estados; como por ejemplo un cambio de casa, o de ciudad, o incluso el redecorar el espacio de nuestro ser querido recién fallecido.

En el caso de las emociones como la alegría y la tristeza, la mayoría de las veces las personas esperan que sean expresadas de una u otra manera, como si existiera un manual de conducta para manifestarlas de manera “adecuada”; por ejemplo, si una persona está feliz por algo que le pasó, lo que se espera es que ande con una sonrisa en los labios, que sea amable con todos, que muestre buen ánimo, deseos de celebrar y que cuente eso bueno que sucedió. Por el contrario, cuando alguien está triste, este “manual de conducta social y de las emociones” dicta que la persona se vea apartada, que preferiblemente llore en privado o con personas cercanas, que no quiera hacer nada, tal vez que su apetito disminuya y se descuide su aspecto personal o su salud. Todos estos comportamientos serían los indicadores que pueden dar cuenta a los demás y a nosotros mismos, de que la tristeza ha llegado a nuestras vidas; y así, con esto que poco a poco la sociedad ha creado de la tristeza y la felicidad, las alejamos, las hicimos distantes, diferentes y a veces enemigas. Donde está la una no tiene cabida la otra, convertimos a la tristeza y a la felicidad en grandes rivales y es casi que de mal gusto verlas juntas. Es curioso porque para hacer este escrito pensé que sería buena idea buscar una historia o cuento que hablara de la tristeza y la alegría como emociones que pueden ir de la mano, así que me puse en la búsqueda; pero, con gran pesar encontré que las historias, cuentos y reflexiones están encaminadas a mantener esta polarización.

Un ejemplo de esto se puede evidenciar en una persona que ha sido diagnosticada con un Trastorno Depresivo. Es frecuente escuchar como su entorno al ver que está disfrutando o tal vez riendo, se pregunta: ¿acaso no tiene depresión?, pero yo la veo que se está riendo. Es en ese momento donde las personas entran en disyuntiva, no encajar en el cuadro entre lo que “debería” pasar y lo que está pasando es angustiante porque sencillamente la práctica no encaja con la teoría de eso a lo que he llamado el “manual de conducta social y de las emociones”.

Pues bien, en el duelo ocurre algo muy similar, cuando una persona se encuentra atravesando este tipo de situación, su entorno y el duelista incluido, esperan ciertos comportamientos y expresiones “acordes con el momento y la situación”. Cuando dichos comportamientos o expresiones se salen del patrón establecido, vienen los cuestionamientos: ¿por qué me rio si estoy en duelo? ¿por qué estoy disfrutando, si debiese estar llorando?, ¿será que no le quise lo suficiente?, ¡Quizás no me dolió tanto como pensé! Es como si un momento de tranquilidad, de gozo o de satisfacción en medio del dolor asustara tanto que resulta mejor hacerlo a un lado, negarlo o juzgarlo para que no vuelva a aparecer. Creo que esto es el resultado de ver estas emociones como opuestas y rivales y no comprender que ambas hacen parte y son necesarias para superar los momentos difíciles. Así como a veces nos hemos encontrado en medio de una celebración o disfrutando de un triunfo y nos ocurre una situación que nos daña el momento, así mismo, entre el dolor y la pena de la perdida por un ser querido puede ocurrir algo que nos alegre el día, que nos haga sentir satisfacción, que nos dé un poco de placer. Ante los cuestionamientos del entorno casi nunca podemos hacer nada, es más, creo que no deberíamos hacer nada; pero con los cuestionamientos propios sí, no dejemos que ese “manual de conducta social y de las emociones” que nos hemos inventado nos haga sentir incorrectos. Somos dueños de nuestro proceso, de nuestras decisiones; y la felicidad y el bienestar también pueden ser parte de esto a lo que llamamos duelo.

Como psicóloga que ha trabajado con niños, niñas, adolescentes y algunos adultos, veo que esta separación entre tristeza y felicidad la encontramos con mayor frecuencia entre los adultos. Recientemente tuve la oportunidad de trabajar con algunos jóvenes que han pasado por procesos de duelo a causa de pérdidas de seres queridos y en las conversaciones la gran mayoría coincidían en algo: No comprendían por qué el llanto y la tristeza duraba tanto tiempo en los adultos (padres, tíos, abuelos, etc.) Particularmente, recuerdo el caso de un joven de 15 años que ha pasado por diferentes duelos importantes en su vida, él me decía que no terminaba de entender el porqué de tanto llanto y por tanto tiempo, así como la necesidad de no disfrutar de la vida. Aunque sabía de propia mano cuan dolorosa puede ser la muerte de un ser querido y entendía lo importante de sentir y expresar la tristeza, no entendía por qué algunos adultos de su familia decidían detener sus vidas solo en el dolor. Y cerró esta parte de la conversación diciéndome: “creo que la mejor manera de honrar a nuestros seres queridos es seguir viviendo, pienso que es lo que ellos esperan de nosotros”.

La alegría y la felicidad son emociones naturales; ni buena ni malas, pero ambas son necesaria e importantes en la vida. Por eso la invitación es que nos hagamos un favor y es el de no juzgar cuando estas vengan, aprendamos a vivirlas, a quererlas, a aceptarlas y a manejarlas. De igual manera, las personas que se encuentran alrededor de alguien que está pasando un duelo también les pido un favor, no juzguen, sean redes de apoyo que permitan la expresión sana de los sentimientos de otros, acojan a sus seres queridos, para que en medio del dolor puedan continuar con la vida.

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