LA VIDA TAL COMO ES. Por: Julián Castelblanco

LA VIDA TAL COMO ES


Por: Julián Castelblanco
julian@cuandoelduelopregunta.com

Durante más de 30 años acompañando a personas en
procesos de duelo a causa de la muerte de un ser querido, hemos encontrado que
uno de los mayores miedos que experimentan los duelistas es la llegada de la
época de fiesta. La ironía de encontrarnos sumergidos en el dolor en medio de
la celebración y el reencuentro familiar.

 

Y no es para menos. El duelo es el camino emocional
que emprendemos para poder recordar sin dolor. Para reubicar la presencia de
nuestro ser querido en nuestro corazón. Para decirle SI a la vida a pesar de
todo, encontrando una razón más profunda y significativa que dignifique los
lazos de amor construidos con nuestro familiar fallecido, y que, al mismo
tiempo, le brinde un significado más coherente a nuestra existencia. Ese es el
reto que plantea todo proceso de duelo… y ese camino, se construye a partir del
encuentro con la tristeza, que, en ocasiones, se entremezcla con la certeza de
saber que la vida sigue y esta en espera de nosotros. Que la vida continua y
que en ese transitar, es posible encontrar momentos alegres que compitan con la
oscuridad que estamos experimentando en nuestro corazón.

 

Mi hermano amo la navidad como nadie en la familia.
Era a través de su decidida intención donde cada año nos esforzábamos por hacer
un pesebre lleno de luz y creatividad. Por llevar música alegre a la casa, por
disfrutar cada día en familia. Su muerte se produjo el 27 de noviembre… un mes
en el que las calles comenzaban a oler a natilla y buñuelo (alimentos típicos
navideños de nuestro país, Colombia).

 

Mi madre, entonces, decidió pensar la navidad en honor
a su hijo amado. Su vida en la nuestra fue un reto permanente que no hacía nada
diferente a invitarnos a la aventura, a la alegría, a la unión familiar. La
mejor manera de recordarlo, la mejor manera de dignificarlo… la mejor manera de
decirle a sus asesinos que no había logrado arrebatar su presencia en nuestras
vidas, era estructurando espacios de reflexión profunda, a veces de respetuoso
silencio, otras veces con llanto, y algunas veces, abriendo paso a lo que él
siempre fue: FIESTA Y ALEGRÍA.

 

Ese diciembre entendimos que podemos darnos derecho a
llorar, y al mismo tiempo, abrazar, agradecer, amar profundamente a nuestra
familia, dejarnos ayudar, permitirnos, quizás reír… ese diciembre fue
importante porque tomamos la decisión como familia, de invitar a mi hermano a
la celebración. No se trata entonces de no llorar… todo lo contrario, se trata
de llorar, extrañar y DEJARNOS AMAR en el proceso. Y entonces, permitir que ese
amor haga el milagro. El milagro de la celebración no esta en la fiesta, está
en la intención de vivir la vida, tal como es y comprenderla con todos sus
matices y con la cercanía de aquellos que nos quieren acompañar, con aquellos
que ponen su hombro para llorar.  

 

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