CÓMO APOYAR A QUIENES ESTÁN EN DUELO

Por: Beatriz López
Chatalopez2@hotmail.com

La primera pregunta que me hice cuando murió mi hijo fue: “¿Cuándo me va a pasar este dolor?. Y mi esposo me respondió: “Cuando aprendas a amar y servir”. ¡Dios mío, entonces voy a morir de dolor!  Tenía 41 años y había creído hasta entonces que yo era una persona amorosa y servicial, pero la verdad era que aún no sabía cómo hacerlo. Era necesario que entendiera  que allí se iniciaba mi lucha por sanar el dolor. Era necesario que comprendiera que en la medida en que trabajara mi sanación, estaría colaborando de manera efectiva con la sanación de mi familia y la sanación de los demás. 

Asistimos a muchos lugares donde creíamos que podíamos servir. Una taza de chocolate a los niños de la calle, acompañar a los enfermos de sida, llevar alguna ropa o mercado a los ancianos. Nada de eso contribuía a calmar mi dolor. Antes, por el contrario, salía de allí más afectada, al contemplar de cerca tanta miseria humana. Un día, reflexionando sobre aquello que estábamos haciendo, fuimos descubriendo que donde mejor estaríamos, sería en un lugar donde pudiéramos compartir nuestro dolor con otros padres que estuvieran viviendo un proceso similar al nuestro. Muchos nos decían: ¡Están locos!, ¿Cómo van a sumar más dolor a sus vidas?

Iniciamos nuestro trabajo buscando padres que quisieran compartir su experiencia de dolor. De esta forma reunimos a cinco parejas en el salón comunal de nuestro condominio. Este fue el inicio de una maravillosa experiencia, que más tarde daría un nuevo sentido a nuestras vidas. Creo que mi Hugo Alejandro concertó con los hijos de estas parejas la presentación de unos amigos del alma, que nunca hubiéramos conocido si no existiera el dolor que nos unía. De inmediato, sentimos algo mágico y fue así como empezamos a trabajar de manera comprometida en una hermosa misión que traería paz y tranquilidad, no solo a nosotros, sino a muchos otros padres que había vivido la dolorosa pérdida de sus hijos.

De esto hace ya 32 años y aún nuestra lucha por “aprender a amar y servir” no se detiene. No ha sido necesario “ser expertos en el dolor”. Se trata simplemente de querer servir con verdadero amor. Nuestro ser trae esos “condimentos”, listos para ser usados cuando la urgencia de sanar el dolor los activa. No es cierto que estemos “sumando dolores”, simplemente se comparten experiencias y se “suman amores”. Entonces, la carga se hace más ligera, al mismo tiempo que nuestro dolor deja de ser protagónico, cada vez que decidimos acercarnos al dolor del otro.

En todos estos años hemos sido testigos de dolores más profundos que el nuestro y, maravillados, hemos dado gracias cada vez que vimos lágrimas convertidas en sonrisas de esperanza, como resultado de una actitud de amorosa de escucha. Sé que afortunadamente, nunca seré una especialista en el dolor ni en el servicio a los demás. Solo espero llegar ante mi hijo para recibir emocionada su abrazo eterno. Ese será mi “diploma en amor y servicio”. Entonces podré decirle: “Lo dí todo mi Tato y entregué a los demás una parte importante de mí misma”. Gracias por tantas sonrisas y abrazos que enriquecieron mi espíritu. Quiero llegar ante Dios y mi hijo, con la frente en alto para darles el parte de “misión cumplida”.

Reciban un cálido abrazo de La Chatita

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