Tú decides

Por: Julián Castelblanco

julian@cuandoelduelopregunta.com

La madrugada del 14 de noviembre de 1991, llamaron a nuestra casa para informarnos que mi hermano, se encontraba gravemente herido en un hospital de beneficencia en las afueras de Bogotá-Colombia. En ese lugar, no contaban con los recursos necesarios para atenderlo, por lo que mis padres debían indicar hacia dónde podían enviarlo, para tratar de salvar su vida. Horas después, los médicos detallarían la gravedad de sus heridas. Un dolor inmenso pareció hospedarse en nuestro interior. Intuimos que él prefería las luces apagadas y, en lo posible, que se hiciera la menor cantidad de ruido. Quería descansar, porque estaba seguro de saber que su estadía iba a ser larga. 

Yo tenía en ese entonces 15 años y recuerdo ver el rostro desencajado de mi madre, quien en medio de lágrimas, preguntaba a un amigo suyo, simulando esperanza: ¿Cuándo pasará este dolor?, sin saber que su estadía solo tenía fecha de ingreso. 

Después de la muerte de mi hermano, pasaron los días y durante un lapso, nos sentamos a esperar que quizás el dolor tuviera otras cosas por hacer… no sé, visitar otros lugares, o continuar con su camino… que sé yo. Pero con el correr de los días, comenzamos a sentir que este dolor se estaba acomodando mejor. Pareciera no querer irse. Entonces, en familia,  de manera instintiva, decidimos sacar la escoba y ponerla detrás de la puerta. Dejamos de atenderlo y nos comprometimos a hacer de su estadía, algo incómodo. Decirle con claridad, que su presencia no era deseada en nuestro interior. Le agradecimos su visita y la oportunidad de valorar este importante momento que transformaría nuestra existencia para siempre. Le agradecimos su voz de alarma frente a lo que venía en los próximos días. Le dimos las gracias por sus no siempre claros consejos frente a la necesidad insaciable de amor que nos encontrábamos experimentando… y, finalmente, le hicimos la vida imposible con el ruido ensordecedor de nuestras DECISIONES que le decían SÍ a la vida, a pesar de todo. Su presencia nos impedía recordar con dignidad y alegría a Hugo Alejandro, como él se lo merecía. Sus pasos incomodaban nuestra posibilidad de salir a explorar, a conocer nuestra nueva realidad… El dolor se encontraba ocupando un cuarto en nuestro corazón, el cual necesitábamos con prontitud para recibir la nueva presencia de mi hermano, ahora más pleno, ahora total. 

Pensar en el duelo en términos de tiempo, es una trampa que puede llevarnos a acomodarnos en una sala de espera, de manera eterna. Una trampa que se alimenta de frases como: “Este dolor no pasará nunca”, “siempre te sentirás así, solo que con el tiempo, te acostumbras”. Una trampa que nos impide dignificar la existencia de nuestro ser querido, a partir de nuestras nuevas y ahora diferentes decisiones, una trampa que nos impide aprovechar la nueva mirada, la nueva sensibilidad que nos trae la muerte, para descubrir caminos sorprendentes, llenos de amor. Porque nunca más seremos los mismos, entonces… quiere decir que tenemos dos posibilidades: ser mejores o ser peores. Nuestra invitación, desde LAS 15 TAREAS DEL DUELO, es que cada uno de nuestros duelistas lectores se permita explorar la opción de SER MEJORES, en honor a su propia existencia, en honor a la vida plena de su ser querido en sus vidas y en honor a la posibilidad de continuar fortaleciendo el lazo de amor que se ha construido con esta persona. El tiempo, entonces, se adaptará a lo que decidas, porque a pesar de todo, tú sigues teniendo la posibilidad de decidir, tú construyes el camino que quieres recorrer… tú tienes la opción de crear espacios, para recordar su vida con alegría… y a veces, con el sabor agridulce de la nostalgia del reencuentro. No esperes más a que pase el tiempo, TÚ DECIDES.

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