DE CORAZÓN A CORAZÓN

Por: Beatriz López
Chatalopez2@hotmail.com

Queridos amigos y amigas:

Con el permiso de ustedes, deseo entrar en sus corazones para compartir esas emociones que experimentamos las madres, desde ese oscuro momento en el cual la vida nos amputa una parte vital de nuestro ser con la muerte de un hijo, circunstancia que podría significar nuestra definitiva aniquilación. Sin embargo, es sorprendente que, finalmente, mediante un trabajo comprometido, podemos continuar nuestra misión con fuerzas renovadas.

Quiero invitarles a que nos tomemos de las manos para juntar ese inmenso dolor que sentimos como resultado de la muerte de nuestros hijos, simbolizando un corazón gigante que sea capaz de transformarlo todo en amor infinito. El amor nos hará fuertes, el amor es el creador de la vida, el amor es lo único real, el amor, cuando es incondicional, nos permite además comprender el profundo significado de su ausencia, cuando desentrañamos en ella una amable verdad que está enraizada en nuestra fe: “Donde quiera que estén nuestros hijos, allí también estará nuestro corazón y si ellos están bien, nosotras también lo estaremos”.

Recuerdo como si fuera hoy, ese terrible momento en que me dijeron: “Murió tu hijo”. Sentí que me ahogaba, no podía respirar. Sentí que ingresaba a un oscuro túnel del que nunca podría escapar.  

Mientras escribo estas líneas, tengo presente que han transcurrido 32 años desde el día en el que recibí esa terrible noticia. No obstante, recuerdo claramente cómo el dolor invadió mi cuerpo y mi alma, todo mi ser era una fuente de dolor. Luchaba incansablemente tratando de encontrar el aire que me faltaba, mi energía se esfumaba, no deseaba seguir viviendo sin él. Mis sentidos se perdían en la medida en que no lograba ver, oír, oler, tocar o gustar la presencia de mi hijo. Me parecía absurdo e imposible lo que estaba sucediendo, no podía ser verdad que mi hijo Hugo Alejandro hubiera muerto… De pronto empecé a entender que debía hallar una salida, que debía emprender un trabajo personal que me liberaría de esta oscuridad, que debía salir de ese túnel para reencontrarme con la luz.

Mi esposo y mi hijo Julián Andrés, me observaban y sufrían en silencio, sin duda esperaban que en algún momento yo me diera cuenta que ellos seguían existiendo y que esperaban ansiosamente que yo pudiera retornar a la vida. 

No sé en qué momento empecé a comprender que debía iniciar una lucha denodada con el dolor. Como mujer de fe que siempre he sido, lo primero que sentí fue que debía tomarme de la mano de la Virgen, porque estaba segura que ella podría entenderme. Ella sería mi aliada frente al dolor, pues a ella también le mataron a su hijo de una forma horrible. Ella sabría comprenderme y de seguro sería una amorosa compañera en estos duros momentos. Ya no estaba sola en el mundo viviendo este inmenso dolor. De esta manera, cuando sentía que se aproximaban esos momentos de vacío y desesperanza, tomaba mi rosario y me parecía que con cada avemaría retornaba poco a poco a la vida. 

Así, entre rosarios, lágrimas y gritos de dolor, afrontaba el diario vivir. Me sentía actuar como una autómata, respirando, alimentándome sin querer y asumiendo mis labores diarias sin un motivo, sin un sentido. Pero a pesar de todo, mi existencia continuaba. ¡Qué cruel era la vida!

De pronto, algo dentro de mí empezó a cambiar, sentí que debía tomar rápidas decisiones sobre el quehacer diario, mi instinto me lo pedía o tal vez, mi Hugo Alejandro desde su absoluto silencio, me lo susurraba al oído, cada vez que me detenía para tomar aliento. Aquellos fueron días de sentimientos encontrados. Mientras lloraba, sentía que en torno mío había muchos ojos amorosos que me miraban sin saber qué hacer, pero que tenían brazos para abrazar y llanto para acompañar el mío.

Por otra parte, me daba cuenta que luego de llorar, ingresaba en un gran silencio en cuyo trasfondo se iban formulando muchas preguntas y reflexiones. Todas ellas orientadas a tratar de comprender ¿Por qué una madre debía experimentar este inmenso dolor?, ¿qué sentido podía tener toda esta absurda experiencia? 

Buscaba a Hugo Alejandro en cada espacio y a cada momento, pero el tiempo transcurría y cada vez se hacía más evidente que esos ojos verdes que siempre me miraron con amor, ya no estaban presentes. Pensé entonces que tal vez se habían convertido en luz y que en adelante iluminarían mi camino. Decidí que debía seguir viviendo y que él sería mi guía. Juntos le diríamos Sí a la vida, a pesar de todo, con la convicción de que podríamos hallarle un nuevo sentido. 

Poco a poco, con cada decisión que tomaba, fui sintiendo que mis palpitaciones eran “pataditas” en mi corazón. ¡Era una maravillosa sensación: lo estaba pariendo de nuevo, esta vez para que viviera eternamente! 

Lo había entronizado en mi vida, no como una simple idealización, tampoco sentía que se había convertido en mi ángel, era algo mucho más significativo, era una experiencia de identificación con su inigualable humanidad, me había fundido con su apasionada forma de ser, de reír, de actuar. Valoraba sus aciertos y aprendía de sus errores, sabía de sus fortalezas, pero también de sus heridas y sus debilidades. ¡Mi hijo había renacido y esta vez, para la Vida Eterna, el apego que inicialmente me había invitado a compartir su vida y a reclamar su presencia física, hoy era la causa de mi dolor y era urgente transmutarlo en amor incondicional, que no reclama la presencia del amado para seguirlo amando!

Amigos y amigas, sin duda, el camino del duelo es doloroso y en muchas ocasiones, difícil de transitar, pero cuando te decides a hacerlo, se convierte en un sendero de luz en donde cada día nos regala una nueva razón para vivir. Los quiero invitar a que caminemos juntos. La muerte de nuestros hijos debe darnos la oportunidad de rediseñar un nuevo sentido para nuestras vidas. No estamos solos, ellos caminarán a nuestro lado, y un día, cada vez más cercano, tendremos la oportunidad de fundirnos en un abrazo. Un abrazo eterno …

Los quiero. 

La Chatita

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