LAS EMOCIONES Y LA NAVIDAD

Por: Dr. Hugo Castelblanco Sierra
hugo.castelblanco@gmail.com

Se acerca la Navidad y con ella sin duda, se aproxima una carga importante de emociones y sentimientos. Hay quienes esperan con grata expectativa estas fechas y hay quienes no las reciben con ánimo dispuesto. Así como hay personas a las que les encantan las Navidades, hay otras a quienes no les agradan. Todo depende de distintos factores de personalidad y, en especial, de las vivencias gratas o ingratas que asociamos con la Navidad. Nuestras experiencias determinan las emociones con las cuales esperamos y luego vivimos estas celebraciones. 

Es indudable que mientras la Navidad supone para algunos esfuerzos físicos e incluso económicos que les producen estrés, para otros supone retos y momentos de creatividad y comunicación que les generan gratitud y paz. 

Algunas veces nuestras emociones frente a la Navidad se generaron de niños, y serán gratas, en la medida en que podamos asociarlas con momentos en los que fuimos amados o gratificados por nuestros padres. Por el contrario, experimentaremos emociones que nos causan molestia o incluso frustración o dolor, como resultado de expectativas de reconocimiento que nunca fueron satisfechas o que asociamos con momentos en los cuales vivimos pérdidas afectivas importantes. En una edad posterior, incluso para algunos en la edad madura, los beneficios o pérdidas que se asocian con la Navidad, determinarán el tipo de emociones que estas fechas les generen.  

Las emociones son sensaciones fuertes, de corta duración y con frecuencia de difícil definición. Algunas de ellas nos causan gozo o placer, otras nos causan dolor, nos hacen daño. Aunque con frecuencia se habla de emociones positivas o negativas, es importante comprender que esta denominación no debe interpretarse como indicadora de que existen emociones buenas o malas. En realidad, todas las emociones son buenas pues algunas de ellas nos dicen  que la experiencia que vivimos es grata y debemos preservarla, mientras que otras, por el contrario, que es ingrata o dolorosa y por lo tanto merece especial atención de nuestra parte para normalizarla, es decir, para retornarla a un punto de equilibrio donde nos genere beneficios.

Más allá de las anteriores consideraciones, creemos que es importante hablar de emociones reactivas y de emociones proactivas. Las primeras surgen de manera inesperada como respuesta a un acontecimiento, una imagen o una experiencia, representada en un logro o una ganancia que nos genera satisfacción, alegría, gozo. También pueden ser el resultado de una  pérdida significativa, es decir, aquella que nos causa un gran dolor y que exige la resignificación del sentido de nuestras vidas. 

Las emociones proactivas, por su parte, son el resultado de una decisión, de una acción, de una actividad que queremos realizar de manera consciente y hasta cierto punto libre. Tanto las emociones proactivas como las reactivas son de naturaleza principalmente biológica;  en ellas nuestro sistema cognitivo tiene una baja participación y, por lo tanto, no podemos definir con claridad cómo, cuándo y dónde se produjeron. Ellas nos invaden de manera inesperada. 

A medida que verbalizamos y compartimos nuestras emociones, estas se enraízan en nuestro mundo consciente y podemos decir que se han convertido en sentimientos que son de menor intensidad que las emociones pero de mayor duración, lo que permite que los podamos identificar y, dado el caso, normalizar si sentimos que nos hacen daño. 

Los sentimientos tienen un contenido más cognitivo que fisiológico y, por consiguiente, podemos definirlos, dándoles un nombre a la vez que podemos identificar cuándo, cómo y dónde se producen. Sin lugar a dudas lo más importante que podemos extraer del transcurrir de estas épocas navideñas, es la posibilidad de abrirnos de manera proactiva a experimentar las emociones y sentimientos gratos que estas fechas invocan. La Navidad es tiempo de comunicación, es tiempo de serenar nuestros ánimos, es tiempo de alegría, es tiempo de solidaridad. Esto es importante ponerlo de presente, especialmente cuando hemos vivido recientemente la pérdida de un ser querido. Ante esta realidad, hay siempre dos decisiones  que podemos hacer nuestras:

Decidir que:

Nuestro espíritu no está dispuesto para la algarabía tumultuosa, o que tal vez el colorido especialmente destellante de la Navidad no sea de nuestro agrado, tal vez la música que invita al baile no la consideremos apropiada, tal vez la alegría desbocada de algunas personas nos parezca imprudente o incluso ofensiva. ¿Por qué el mundo sigue su marcha en medio de este jolgorio, mientras que yo me sumerjo en la tristeza profunda de mi pérdida?, ¿con qué derecho los demás siguen siendo felices?

O decidir que:

El mundo continúa para muchos seres humanos que, o bien no han tenido una pérdida significativa reciente, o han decidido decirle sí a la vida a pesar de los problemas, a pesar de las heridas que en muchos casos pueden estar plenamente vigentes. Decidir que la Navidad puede ser tiempo de reflexión para fortalecer los valores de la tolerancia, la comunicación, la solidaridad y, por qué no, de la alegría de estar vivos y de la posibilidad que tenemos de poder rendirle un homenaje de gratitud a nuestro ser querido que ahora no está con nosotros. Si bien la música no nos invita al baile, puede ser evocadora de momentos gratos o inspiradora de serena oración. Tal vez, como nos decía recientemente una señora en uno de nuestros conversatorios: “No me sentía con el ánimo dispuesto para decorar el árbol de Navidad con muchos colores, entonces decidí vestirlo de blanco.” Es verdad,  orlas, moños y adornos blancos invitan a la serenidad. 

Todo está dentro de nuestras posibilidades. Podemos vivir la Navidad o podemos padecerla, podemos asumir una actitud pasiva, permitiendo que las emociones reactivas invadan nuestro entorno y nuestra intimidad, o podemos asumir una actitud activa, decidiendo ir en búsqueda de emociones proactivas, emociones diferentes, emociones que nos inviten al cambio, al crecimiento, a la tolerancia, a la solidaridad, a la serenidad, a la paz de nuestro espíritu, emociones que nos llenen de esperanza, de propósitos nuevos, de vida, de retos, de evocaciones gratas, de nuevas ilusiones. La diferencia está entonces en las decisiones que tomemos para permitirnos seguir haciendo parte de una realidad que está en permanente cambio y que nos invita, cada día, a renovar nuestro sentido de vida, a generar nuevos proyectos, a ser personas nuevas.

Navidad también es tiempo para iniciar o continuar con más empeño acciones solidarias en pro de tantos seres humanos cercanos a nosotros y que, sin duda, viven de manera habitual en medio de sufrimientos y privaciones, muchas veces mayores que los nuestros. 

Navidad es tiempo para leer, para ejercitarnos, para meditar, para orar y, de manera especial, es tiempo para intentar hasta donde nos sea posible, hacer empatía con la alegría de los demás. Esta decisión de permitir que en nuestro corazón aniden emociones y sentimientos proactivos generadores de gozo y serenidad, hará que la magia de la Navidad transforme nuestra tristeza en serena alegría, nuestra frustración en esperanza, nuestra culpa en responsabilidad, nuestro enfado en empatía y respeto, nuestro miedo en cautela y prevención y nuestra soledad en cálida compañía. 

Los sentimientos reactivos de tristeza, culpa, enfado, miedo, impotencia, frustración o desolación, no pueden convivir simultáneamente  con aquellos sentimientos y emociones que nos generan alegría, paz y felicidad. Permitamos que el espíritu de la Navidad visite nuestro hogar, haciéndole un espacio en nuestro corazón. Entonces, también podremos decir sin temor a sentirnos desleales con la memoria de nuestro ser querido: ¡Feliz Navidad!

Hugo Castelblanco S.

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