AQUELLA IRA. DESDE EL CORAZÓN DE LA CHATA

Por: Beatriz López
Chatalopez2@hotmail.com

Queridos amigos y amigas:

Antes de iniciar este comentario, deseo agradecer a todos ustedes por regalarme unos minutos de sus vidas para comprender  lo que hoy quiere expresar mi corazón. Esto supone que deba adentrarme a evocar mis emociones de hace 32 años y detallarlas con lupa, para relatarles de la manera más fiel, esos oscuros momentos de mi vida.

Fue en una madrugada del 15 de noviembre de 1991 cuando llegué acompañada de mi esposo, al pabellón de urgencias del Hospital San Ignacio de Bogotá, con mi corazón lleno de esperanza y con la decisión de hacer todo lo posible por contribuir a salvar la vida de mi muchacho, mi hijo, mi Hugo Alejandro, que había sido llevado allí, luego de ser abordado por unos asaltantes a la salida de su universidad, para posteriormente ser brutalmente baleado.

Recuerdo las palabras iniciales que me dirigió la Jefe de Urgencias: 

Usted es la madre de Hugo Alejandro? 

Sí, le respondí

No hay nada que hacer, acompáñeme, por favor…, me dijo. 

Tomamos el ascensor y sentí que me sumergía en un silencio absoluto…, luego nos recibe una médica en medio de una frialdad desconcertante. Entonces observo que su bata de trabajo está manchada con la sangre de mi hijo… Mi mundo se detiene y muchas sensaciones y pensamientos se abren paso de manera atropellada, invadiendo mi mente y mi corazón. ¡Algo debe hacerse, pero antes debo salir de este horrible sueño para llamar a mi cuñado, quien es un médico cirujano, él podrá salvarlo…! 

En ese momento, sale el neurólogo quien estaba evaluando la condición de mi hijo y nos dice: 

– ¡Muere en cualquier momento…!

Me volví  cobarde…, ¡no quise  verlo…, no quise  sentir este dolor! Me escondí para no enfrentar el momento y salí  corriendo a pedir ayuda a mis amigos. En esos instantes, no pensaba en los asaltantes que nos habían hecho tanto mal, solo buscaba la compañía, el abrazo, el amor de mi gente amada…

Me informaron que llevaron a mi hijo a la UCI y es entonces cuando nos permiten verlo. Esa imagen nunca se borrará de mi mente. Vi su cuerpo y su cara lacerados por las balas, no pude más…, y de mi boca salió una palabra que pensaba que nunca en mi vida pronunciaría: ¡Malditos…! 

En mis 75 años de vida, solo esta vez la  pronuncié y la dije con todo el dolor y la impotencia que una madre puede sentir frente a la maldad del ser humano. Este fue también mi único momento de ira. Mi dolor era tan inmenso que no había espacio para nada más…

El tiempo pasaba lentamente y sabía que debía hacerme cargo de mi dolor y de cómo debía enfrentar mi vida, ahora sin el motor que la alentaba y con un inmenso vacío en el alma que debía llenar, si deseaba encontrarle un sentido nuevo a mi existencia.  

Los valores que había fortalecido en mi día a día, me indicaban claramente que cada ser humano es, ante su conciencia, el único responsable de sus actos. Por tal razón, comprendí que, si bien mi momento de ira había sido plenamente justificado, el hecho de alimentarla no solo sería un esfuerzo inútil, sino, además, supondría llevar sobre mis hombros una pesada carga, unas pesadas cadenas que me atarían para siempre a mis ofensores, agregando más dolor a mi dolor. Albergar indefinidamente y tal vez de manera creciente, sentimientos de odio o de venganza, no ayudaría para nada a la elaboración de mi duelo. 

Agradezco a Dios por ayudarme a comprender esta verdad y por invitarme a llenar de amor mi corazón, para construir allí un nuevo espacio, digno de la nueva presencia de mi hijo.

Muchas gracias. 

La Chatita.

1 comentario en “AQUELLA IRA. DESDE EL CORAZÓN DE LA CHATA”

  1. Que ejemplo de fortaleza nos da , y más que justificado el pequeño momento de ira que tuvo, que de verdad no puedo entender como no fue aún más profundo y permanente.

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