SEÑALES DE QUE ELLOS ESTÁN PRESENTES

Por: Dr. Hugo Castelblanco Sierra
hugo.castelblanco@gmail.com

La elaboración del duelo es un viaje maravilloso mediante el cuál confrontamos en una batalla cordial y amistosa a nuestro amigo el dolor, que fue convocado por nuestra experiencia de pérdida. Ahora que estamos frente a frente, nuestro propósito será vencerlo, normalizando las emociones que nos están afectando. 

Durante este exigente, pero amoroso trabajo, podemos experimentar señales de diversa índole que nos hablan en diferentes formas y tonalidades, sobre la presencia de nuestro ser querido que ha muerto. En particular hay tres momentos específicos de nuestro proceso de duelo durante los cuales podemos experimentar estas señales. Como todas las experiencias que nos depara la elaboración de nuestro duelo, debemos saber interpretarlas para que, en lugar de hacernos daño, nos proporcionen un beneficio. 

Primer momento: RECLAMO

En los primeros días de duelo, esta presencia se manifiesta como respuesta a una vivencia que podríamos llamar de RECLAMO. Deseamos intensamente volver a ver a nuestro ser querido de la manera acostumbrada, contemplar su cuerpo físico, sentir su abrazo, su caricia, su compañía. En esos días, estamos viviendo un dolor y un vacío intensos provocados por la necesidad de su presencia física, por la necesidad de su compañía, de su apoyo. 

Este RECLAMO no es el resultado del amor que le profesamos sino, antes que nada, de la necesidad que tenemos de él. Es una manifestación del apego que se generó como resultado de nuestras expectativas hacia él. Este apego fue vital en muchos momentos de la relación. Este apego generó la pertenencia a la familia y cuando se manifestó de manera segura, hizo posible que, junto a nuestros seres queridos, construyéramos además nuestra personalidad y lográramos finalmente nuestra autonomía.

Gran parte de nuestra vida se tejió en torno a ese ser querido que ahora ya no está presente en sus quehaceres diarios, en el desempeño de sus roles dentro de la familia, en la expresión de sus afectos, en sus aciertos, en sus equivocaciones. Un vacío inmenso invade nuestra vida y reclamamos a la vida, a nuestras creencias, a nuestro Dios con un inmenso ¿Por qué?, ¿por qué no estás presente?, ¿en qué momento te perdí y mi vida dejó de tener sentido?

En medio de este reclamo, deseamos volver a tener a nuestro ser querido a nuestro lado. En ocasiones, este anhelo se manifiesta como seudo-alucinaciones que surgen de lo más profundo de nuestra mente y, en otras, como verdaderas alucinaciones de tipo olfativo, auditivo o visual que se originan en los abismos de nuestro inconsciente; sentimos el olor de su perfume, el de los materiales con los cuales trabajaba o el de los ambientes que frecuentaba. También nos sorprende en ocasiones, la sensación de haber escuchado su voz o su canto. Algunas veces nos parece verlo confundido entre el barullo de las gentes o sentimos la cercanía de su presencia. Con frecuencia tenemos sueños mediante los cuales, buscamos terminar de elaborar las emociones vividas durante el día, ideas, anhelos, sentimientos, imágenes que formaron parte de nuestro día a día, pero que no logramos asimilar o comprender de manera plena en su momento. 

Es frecuente escuchar decir: “Soñé con mi ser querido y lo vi sonriente. Le pregunté cómo estaba y me respondió que muy bien, Que ahora todo estaba bien, que no me preocupara.” 

Este tipo de sueños mediante los cuales recibimos un claro mensaje de amor y muchas veces de reconocimiento por el trabajo de duelo que hacemos, son un claro indicativo que nos envía nuestro mundo inconsciente, de que hemos tomado con responsabilidad la decisión de elaborar nuestro duelo y que transitamos por senderos de trabajo y de sana esperanza para lograrlo.

Otras veces, por el contrario, la experiencia onírica puede estar cargada de muchas preguntas, para las cuales, aún no hemos encontrado una respuesta satisfactoria. Emociones exacerbadas, sentimientos de culpa, miedo, impotencia, frustración o vergüenza que aún no hemos identificado plenamente y que nos agobian de manera importante. En tales casos, el sueño es un indicativo de todo aquello que es necesario normalizar y, por tanto, lo describimos de una manera diferente: “Me soñé con mi ser querido, pero la imagen era borrosa, el ambiente era sombrío y me pareció verlo muy triste”.

Experiencias tan disímiles son parte de los llamados “sueños de elaboración” que nos están indicando aquellas emociones o sentimientos que estamos normalizando de manera proactiva, o, por el contrario, aquellos que requieren especial atención durante la elaboración de nuestro duelo. Cuando este tipo de sueños se centra en expresar principalmente emociones que nos causan aún mucho dolor, no se presentan con suficiente claridad y exigen la disposición activa y generosa de parte nuestra para que, poco a poco, los podamos interpretar y la suficiente apertura para trabajar en el proceso de identificarlos plenamente, para luego tomar la firme decisión de sanar las emociones y sentimientos reactivos que advertimos en ellos. En algunos casos, estos sueños son recurrentes y esto puede facilitarnos la identificación de lo que nuestro mundo inconsciente quiere decirnos.

  En uno u otro caso, los sueños de elaboración son nuestra manera de detener el tiempo en un instante del pasado, en ocasiones para evocar momentos gratos de la relación que mantuvimos con nuestro ser querido y en otras, para negar la profunda realidad que está significando la pérdida que hemos vivido.  

Podemos concluir, que las manifestaciones que experimentamos en este primer momento de RECLAMO, son en gran parte generadas por nuestro inconsciente y son normales en los primeros días o incluso meses, a partir de la fecha en la que se originó nuestra pérdida.  Generalmente, deben contribuir a nuestra sanación emocional en la medida en que las recibamos de manera equilibrada, las comentemos con nuestros seres queridos o con el profesional que acompaña nuestro duelo y no pretendamos buscarlas de manera consciente y obsesiva.

Segundo momento: BÚSQUEDA

En la medida en que damos importancia al impacto de nuestro duelo y nos permitimos elaborarlo con un trabajo diario de pequeñas y grandes decisiones, lo que antes era RECLAMO, se transforma en BÚSQUEDA. Poco a poco hemos ido aceptando el hecho de que no volveremos a tener la presencia física de nuestro ser querido, pero deseamos saber de él. ¿Cómo está?, ¿sigue existiendo de alguna manera?, ¿sigo siendo importante para él?, ¿permanece de alguna manera vinculado a nuestra vida de familia?, ¿es feliz ahora?

Entonces, iniciamos una Búsqueda que ahora es más consciente que inconsciente y, por tanto, se expresa en diferentes niveles de nuestra vida cognitiva; deseamos encontrar a nuestro ser querido en algún sueño esperanzador, en algún lugar, en alguna ocasión, en algún amanecer, en algún atardecer, en una canción, en un paisaje, en alguna forma de vida, en una meditación, en una oración, o en una visión que pueda dar respuesta al sentido de su ausencia física. Indagamos, compartimos, leemos, meditamos, oramos o nos vamos a la cama con la ilusión de soñar con él…, y entonces, en ocasiones pasa algo extraordinario y fuera de lo común que responde algunas veces de manera bastante exhaustiva a nuestro anhelo de comunicarnos y que está más allá de los cotidianos sueños de elaboración.

Si somos creyentes, llegamos a la convicción de que nuestro ser querido VIVE, con mayúsculas, en algún cielo, paraíso o nirvana que alimenta nuestra fe y sentimos nacer la esperanza del próximo encuentro como una posibilidad real.

Si no somos creyentes, aprendemos a aceptar que su presencia en nuestras vidas tuvo sentido y que es posible rendirle un homenaje a su memoria con una expresión saludable y positiva de una nueva forma de aceptar la vida, tal como es y no siempre como desearíamos que fuera, pues no siempre lo que deseamos es en verdad lo que necesitamos y, algunas veces, lo que necesitamos no lo hacemos parte del propósito que alienta nuestras vidas. 

En muchos casos, podemos decir que el trabajo de duelo ha terminado, dado que la evocación de su memoria ya no nos hace daño. Ahora, más que nunca, sabemos que, en algún momento, sin que medie la búsqueda o el reclamo, una expresión de belleza y plenitud, colmará nuestra consciencia y nos iluminará hacia el encuentro de un nuevo sentido de vida, Es una experiencia bella e inesperada que ha dado en llamarse: “Belleza colateral” o “Belleza inesperada” y que llega sin ser invitada.

Tercer momento: REUBICACIÓN Y RETO 

Sin embargo, hay un tercer momento que se presenta como una opción maravillosa de hacer de nuestro duelo algo más que un ejercicio de sanación o de normalización de las emociones reactivas que tanto nos afectaron durante los dos momentos anteriores. Me refiero a la posibilidad cierta, de reubicar la presencia de nuestro ser querido de una manera radicalmente diferente a la acostumbrada, pero no por eso menos real o menos significativa. 

Esta experiencia será ya no motivada por el apego, que cumplió un papel importante en el pasado para la conformación de la vida familiar, o por el deseo de obtener respuestas a lo sucedido. Este será un trabajo de nuestra consciencia en plenitud, que invita a empezar a amar a nuestro ser querido con Amor Incondicional, que no pide la presencia física del amado para seguirlo amando, sino que es capaz de recrear esa presencia de una manera diferente. 

Esta experiencia ya no exigirá necesariamente de un lugar específico para ubicar a nuestro ser querido, porque abarcará todo nuestro ser. Sin embargo, algunos sentimos que ese lugar está muy dentro de nosotros, en nuestra mente y en nuestro corazón.

También viviremos este momento, como una decisión y un ejercicio de aceptación hacia todo lo que significó y seguirá significando la vida de nuestro ser querido en nuestra vida actual. Ya no tendrá papel protagónico nuestra necesidad de experimentar su presencia física. Nuestro ser querido nos ha dejado un legado, con su manera de vivir, con su manera de ser feliz, con su manera de sentir, con sus aciertos, con sus fortalezas, con sus virtudes, pero también con su manera de sufrir, cuando tuvo que hacerlo; con sus errores, con sus limitaciones, con sus heridas y si es preciso, con su manera de morir. 

Ahora, todo esto será parte de nuestra historia de amor con él. Ya no habrá reclamos, incomprensiones o intolerancias, lo amaremos tal y como él es y no como nosotros queríamos que fuera. Y esta aceptación nos permitirá dar paso a una experiencia de participación y comunicación, más allá de las simples palabras. Nuestro ser querido se habrá convertido en “agridulce evocación”, en “saudade”, que puede dar apertura simultánea a la nostalgia que sentimos al evocarlo y al goce y al agradecimiento por haberlo conocido y aceptado tal como es, con su peculiar y exclusivo aporte a nuestras vidas.

Nuestro ser querido ya no será maestro en el dolor, será reto, creación, esperanza, serenidad, compasión. Una ventana para ver el mundo de una manera diferente, donde las posibilidades de amar y de servir son infinitas. Esta nueva presencia superará con creces su presencia física, porque estará a cada momento del día palpitando en nuestro corazón e invitándonos a ser mejores seres humanos. Esto será cierto, de manera independiente de si se cree o no en la Vida más allá de la vida, pero para el creyente, esa nostalgia, será también “nostalgia de encuentro” y, por lo tanto, aceptará el desafío de “vestirse también de luz, aquí y ahora,” para acudir de manera apropiada a ese encuentro con lo eterno.

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