“Las Palabras No se las Lleva el Viento”

Por: Niria Donis Valdés. Tanatóloga y acompañamiento del duelo.
@nanai._niria_matt
Acariciar con el corazón
México

Muchas veces, cuando se pierde un ser querido, se suele pensar que, al perderlo, perdemos todo, sentimos que nos quedamos vacíos, huecos por dentro, a la deriva, sin algo de donde tomar fuerza para poder continuar. Sentimos que nos quedamos con las manos vacías de ese ser que hemos perdido, y se dificulta mucho tratar de evocar esos recuerdos hermosos, esas vivencias, esas sonrisas que compartimos, esos abrazos, esas caricias, esas palabras que seguramente fueron muchas, y que, en el momento del dolor, somos incapaces de traerlos a nuestro presente.

Pero Dios, el universo, la energía divina, o como tu quieras llamarle, nos manda mensajes cuando menos lo esperamos y, de pronto, algo te hace recordar momentos maravillosos que pensabas no existieron, o simplemente ya no recordabas.

La semana pasada, fui a desayunar a un restaurante hermoso, en un jardín lleno de árboles, incluso había unas guacamayas de colores paseando libremente por los jardines y, en ciertos momentos, se acercaban a tu mesa y te pedían de comer. De pronto una de ellas, con colores brillantes se acercó a mi mesa, subió por la silla, y se quedó ahí, esperando por un trozo de pan o galleta. Mientras le dábamos de comer, esperando que nos trajeran el desayuno, y sumamente entretenidos con la belleza del animalito, escuche de pronto a lo lejos…. “Dios te bendiga mi niña, sabes que te quiero mucho”, “Por favor cuídate mucho, cuídate mucho, mucho”, “Ya sabes que te amo y que siempre te mando todas mis bendiciones, mi niña hermosa, los amo a todos, les mando muchos besos”.

No pude más y mis lágrimas empezaron a salir de mis ojos sin poder parar. No eran lágrimas de dolor, no eran lágrimas de sufrimiento. Eran lágrimas de alegría, eran lágrimas de recuerdos guardados en el fondo de mi corazón. Escuchar esas palabras fue como recibir mil abrazos cálidos, besos y caricias, fue un bálsamo de amor para mi alma.

Mi curiosidad me hizo voltear la mirada hacia la mesa de la que venía aquella voz hermosa, diciendo esas palabras, esas palabras que yo ya había escuchado antes. Era una señora ya de edad, una bella abuelita, que estaba hablando por teléfono. Por su plática, me di cuenta de que estaba en una llamada con su nieta. No pude más que poner mi mano en mi corazón y agradecer.

Hace algunos años murió mi abuela materna, que, para mi, era como mi madre, fue la abuelita más hermosa, más tierna, más amorosa que ha existido sobre la tierra, o, por lo menos para mi, así lo fue. Ella me dijo muchas veces, exactamente esas palabras cuando nos comunicábamos por teléfono.

Entonces comprendí: “Las palabras no se las lleva el viento”. Cuando un ser querido muere, no nos deja vacíos, no nos deja huecos. Nos deja llenos de recuerdos, de mensajes amorosos, de abrazos y caricias que podemos traer al presente cuando nosotros queramos. Solo tenemos que tomar la decisión de traer esos momentos de felicidad e intercambiarlos por el dolor, o por la tristeza que llega, cuando ese ser querido muere.

Las palabras no se las lleva el viento. Las palabras y las bendiciones que mi abuela me dejó, se quedaron conmigo, se quedarán en mi corazón para siempre.

Las palabras no se las lleva el viento, las palabras se quedan tatuadas en nuestro corazón para siempre. Mi abuela María Luisa, que murió de más de 100 años, sigue aquí, conmigo y seguirá por siempre, porque “sus palabras, no se las llevó el viento”.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Encuéntranos en:

Accede nuestros conversatorios y entrevistas exclusivas