Por: Dr. Hugo Castelblanco Sierra
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Cuando una persona está en duelo, en particular cuando este es reciente, es frecuente escucharle decir que esta es una época muy difícil, muy bullosa, poco grata, demasiado larga, una época en la cual se hace más evidente lo doloroso y absurdo de la pérdida, pues el mundo sigue su marcha celebrando la fiesta de vivir, mientras que el duelista muchas veces ha perdido los deseos de hacerlo.
Antes de nuestro duelo, la Navidad era una fecha que invitaba al reencuentro, a la reflexión, al descanso, a la gratitud. Ahora, luego de nuestra pérdida, la Navidad es una época que invita a la melancolía, a la evocación de momentos ingratos o, por el contrario, de gratos recuerdos que añoramos y que hoy vislumbramos demasiado lejanos y dolorosos de revivir. Tememos que llegue la Navidad, pues no estamos seguros de cómo la afrontaremos. Entonces nos aislamos a rumiar nuestra pena y, en el mejor de los casos, a tolerar ese “sin sentido” que observamos en todos los rincones de nuestro entorno, esperando que termine pronto.
Pero hay otras manera de vivir estos tiempos navideños de celebración, de los cuales, en algunas de ellos, ya nos hemos referido en anteriores ocasiones 1 . Sin embargo, hoy deseo que reflexionemos sobre la forma más afectiva y efectiva de vivir estas celebraciones: La compañía de nuestra familia y de nuestros amigos.
Nuestro hijo murió un 27 de noviembre a las 3:00 de la tarde. Poco después, una vez cancelamos nuestras deudas con el hospital donde estaba siendo atendido, su cuerpo nos fue entregado. Debíamos llevarlo al Instituto de Medicina Legal para que le realizaran la autopsia, ya que había sido víctima de unos delincuentes. Mi esposa se fue a casa de sus padres y yo me encargué de estos difíciles y tristes trámites durante el resto de la tarde. Recuerdo que yo solo era consciente de lo que debía hacer y no me daba cuenta de lo que sucedía en mi entorno. Afortunadamente, siempre estuve acompañado de mi hermano médico y de otros miembros de nuestra familia. Finalmente, al terminar la tarde, nos indicaron que su cuerpo se le entregaría al servicio funerario que habíamos contratado. Ellos harían los arreglos necesarios. Al día siguiente, temprano, estaría su cuerpo en la sala de velación. Nada más podíamos hacer. Ahora, era importante descansar para afrontar el siguiente día.
Recuerdo que mis familiares me llevaron a casa de mis suegros, donde me aguardaba mi esposa. Durante el trayecto, por primera vez tomé consciencia de que por todas partes se vivía el “bullicio” de Navidad. Nada me indicaba que también podía estar presente el “espíritu de la Navidad” que en años anteriores había hecho parte sustancial de mis costumbres familiares y sociales. Ahora solo experimentaba ruido, jolgorio, bullicio, mucha gente alegre, a quienes no les interesaba mi dolor. Las calles estaban invadidas de múltiples expresiones de alegría que ahora no alcanzaba a comprender y mucho menos podía tolerar. Toda esa realidad me golpeaba el alma, me parecía absurdo todo lo que me rodeaba. Tal vez, esos fueron los únicos momentos en los cuales experimenté ese rechazo, pues a partir de allí, nuestra familia, nuestros amigos y compañeros de trabajo, se hicieron presentes de diferentes formas y no nos desampararon un solo momento. Y lo más importante: lo hicieron con discreción, escucha, paciencia y, sobre todo, con un inmenso amor. En ellos continuaba manifestándose el “Espíritu de la Navidad”.
Día y noche nos acompañaron y, en los tiempos de la Novena de Navidad, asistíamos a celebrarla, cada vez en una casa diferente. Lo hicieron con tanto tacto y discreción, que nunca más pude yo sentir rechazo hacia estos tiempos de Navidad. Había tanto amor en cada cosa que decían y planeaban, para hacer más liviana la carga de nuestro dolor, que solo podíamos manifestarles nuestro agradecimiento.
Para el Año Nuevo, la familia de mi esposa alquiló una finca de descanso en una población en las afueras de la ciudad. Todos acudieron a la cita. Cada uno, a su manera, cumplió el papel que debía realizar para permitir que aquellos momentos fueran fluyendo sin hacernos daño. ¡Fue un inolvidable Año Nuevo, lleno de amor y de un sentido de vida que nosotros no podíamos ignorar!
Es verdad, cada uno cumplió su papel con plenitud. Cada uno, nos comunicó su personal forma de brindar amor. Esto hizo, sin duda, que nos sintiéramos invitados a participar en la medida de nuestras emociones, para responder a su generosidad con gratitud.
En esta Navidad se cumplen 34 años de esos acontecimientos y debo reconocer que, en el recuerdo de esos días, persisten más los momentos gratos que los ingratos. Todo esto ha sido posible, gracias a la magia de aquellos que nos amaron y a quienes permitimos que nos amaran.
Hoy, al recordar estas experiencias, no dudo en sugerir a quienes viven por primera vez una Navidad luego de la muerte de su ser querido, que abran su corazón al amor, que se amen y se dejen amar, que eviten el aislamiento, que es un mal consejero, que permitan que la vida fluya. El caudal del río de la vida, algunas veces sereno y otras tormentoso, no puede detenerse. Todo es posible sí así lo decidimos y permitimos que quienes nos aman, nos acompañen en esta decisión.
Es innegable que algunos podrán decir: “No tengo familia”, “No tengo amigos” , “Mi ser querido que murió, era mi única compañía”, “Ahora estoy irreparablemente solo”. Todo eso puede ser parte de nuestra triste verdad, pero no necesariamente es significativo de lo que cada uno de nosotros puede hacer para afrontar esa verdad.
Se trata ahora de trasformar esa condición de soledad y, para ello, si así lo decidimos, hay muchas formas de hacerlo, como las siguientes:
- Buscar la compañía de familiares o amigos lejanos, que en una época fueron parte importante de nuestra vida y que por múltiples razones abandonamos. Tomemos la iniciativa de contactarlos para decirles que los necesitamos, que deseamos su escucha y su abrazo.
- Permitir que “nuevos amigos” hagan parte de nuestro compartir. Con ocasión del duelo, aparecen en nuestras vidas personas que no conocíamos y que, de una u otra forma, estuvieron presentes durante el proceso de nuestra pérdida. Ahora es tiempo de agradecerles su presencia grande o pequeña. El agradecimiento llena de riqueza emocional y espiritual a todo aquel que agradece.
- Participar en un Grupo de Duelo, bien sea de manera presencial, si en tu medio existe uno, o de manera virtual, como aquellos que hemos abierto quienes hacemos parte de “Las 15 Tareas de Duelo” y que puedes contactar en las diferentes redes.
- En el momento adecuado, decidirte, si lo consideras necesario, a formar un Grupo de Autoayuda para la elaboración del duelo, que no requiere inicialmente de conocimientos especializados para hacerlo posible. El amor que pongas para su creación, será lo más importante. Poco a poco te irás formando para hacer de esta iniciativa un aporte, no solo afectivo, sino además efectivo.
Con profundo respeto, quiero desearte, finalmente, que tengas una ¡Feliz Navidad! Sí, esta se hará realidad, si tú decides abrirte a esa posibilidad. Ten presente, mientras vives la experiencia, que esta primera Navidad será determinante de la forma como afrontarás las fechas evocadoras y difíciles del primer año de duelo.
Gran abrazo.
Hugo Castelblanco.
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1Ver nuestros artículos: “El Duelo en Navidad – La silla vacía”, Revista 9, diciembre 2022 y “Festejando o celebrando a nuestros difuntos”, Revista 18, noviembre 2023.